jueves, 5 de febrero de 2015

Edipo Rey

Sófocles (496 – 406 a.C.)
Este segundo poeta trágico, nació en el demos de Colona. Se ha dicho que Sófocles es el poeta feliz; como hombre no pudo quejarse de su vida, fue hijo de una familia acaudalada cuyo padre fue Sofilo, quien se dedicó a que su hijo tuviese una esmerada eduación. La dio una excelente formación literaria y humana. Pareció encarnar, según el juicio de sus contemporáneos, el tipo más alto de la perfección y de la felicidad humanadas. Físicamente fue dotado de una belleza viril envidiable, de cualidades intelectuales y morales (carácter apacible, cortés, ponderado). No tuvo casi quien lo antagonizara en los juegos atléticos, en canto y en declamación. Así es que fue llamado cuando contaba con dieciséis años para que condujera el coro de jóvenes que festejaba con un peán la victoria de los griegos en la batalla de Salamina. Su vida coincide con los mejores días de esplendor de la democracia ateniense. Como hombre, fue felizmente casado y participó con empeño en la vida política, pero sin acritud partidistas; obtuvo cargos públicos como: tesorero de la Liga de Delos, general enviado a reprimir la revuelta de Samos, estatega durante la guerra del Peloponeso, parece haber formado parte de los encargados de redactar un proyecto de nueva constitución luego del desastre de Siracusa. Después de la caída de los Cuatrocientos, dejó de participar en proyectos de la patria y se dedicó a la vida familiar y privada. En cuanto a esta etapa de su vida se hace mención al proceso que lo afectó, por un asunto de celos de su hijo Yafón, quien se sentía mal por el trato de predilección que Sófocles infería sobre su otro hijo ilegítimo. Así pues, Yofón exigió, ante un tribunal, que su padre debía ser incapacitado por demencia senil, pero Sófocles mostró todo lo contrario. Su larga vida se extinguió cuando frisaba los noventa años de edad.

Características generales de la obra de Sófocles
1) Respetó las formas tradicionales impuestas por Esquilo, aunque introdujo también algunas reformas técnicas: no fue partidario de la trilogía y prefirió la escala menor del drama aislado. Aumentó el número de actores a tres y cuatro y ensanchó el campo de la acción dramática. Acentuó los perfiles del carácter y el alcance con los motivos. En fin, Sofócoles lleva a su perfección el drama clásico.

2) En cuanto al orden de las ideas religiosas es un mantenedor de las tradiciones de su pueblo; no obstante, en relación con Esquilo, su mensaje religioso es inferior y no es en él donde está el peso mayor de sus obras.

3) En el orden de sus ideas políticas, es el más destacado de todos los trágicos; pondera una necesidad de la disciplina y de la unión e los de abajo con los de arriba.

4) En el orden del pensamiento sofocliano es muy valiosa la armonía de ideas y afectos que el poeta expresa por todo el género humano. En esencia, para Sófocles la voluntad humana domina el destino. Cuando contempla al hombre, ve en él dos aspectos: la suma dignidad de la persona y la inane y frágil existencia de éste. En síntesis, se dice que Sófocles es el que, entre todos los trágicos, mejor resalta el valor de la persona humana; y en este aspecto es donde radica la importancia y universalidad de sus obras.

5) En la formación de caracteres trascendentales es donde estriba el arte de Sófocles; ellos son de un gran naturalidad y no artificiosos o exorbitantes como los tiempos posteriores los han pintado; de esta naturalidad proviene el hecho de que haya sido comparada la creación de Sófocles con la de Fidias en, incluso, el apelativo de «Sófocles el plástico de la tragedia».

6) La idea griega de que el hombre debe actuar con equilibrio, es decir, con cierta medida (“sophrosyne”) ante todo, llega a la culminación con Sófocles, de ahí que sea le considere el trágico clásico por antonomasia.

7) Sófocles reaviva nuevamente el antiguo ideal de “areté”. Dicho ideal tiene su punto de partida en el alma, la cual es el centro del hombre; de ella irradian sus acciones y su conducta entera.

8) Con Sófocles aparece, por vez primera, la mujer dotada igualmente que el hombre de facultades humanas y con dignidad.

9) Las tragedias de Sófocles están cargadas de un profundo dramatismo (“pathos”).

10) En sus obras aparece, también por vez primera, la “eironeia” trágica, que consiste en que el héroe o protagonista se cree en el punto culminante de su carrera, mientras que, sin saberlo él, está ya preparada su caída.

11) Sófocles pinta a los hombres como deberían ser.

Las obras de Sófocles
La producción de Sófocles, en casi en sesenta años de actividad artística, fue riquísima. Se le atribuyen 133 dramas, además de dos elegías y otros poemas. De ellas solamente se conservan las siete que se conocen y numerosos fragmentos de otras tragedias: Áyax (ca. 442), Edipo rey o Edipo tirano (430), Electra (ca. 418), Antígona (430), Filoctetes (409), Traquinias (420), Edipo en Colona (410). Estas siete tragedias se agrupan de acuerdo con la temática en tres tipos: Piezas del ciclo troyano: Áyax, Filoctetes, Electra; Piezas del ciclo de Héracles: Traquinias; Piezas del ciclo tebano: Edipo rey o Edipo tirano, Edipo en Colona, Antígona.

Un acercamieto a Edipo rey
Esta pieza es la más conocida de Sófocles y acaso del todo el teatro griego, e inclusive es considerada como el modelo de la verdadera tragedia clásica helénica. Presenta los elementos estructurales de una verdadera tragedia: un prólogo, un párodos, cinco episodios, cinco estásimos, un commos entre el cuarto episodio y el cuatro estásimo y, finalmente, un éxodo. Como se ha mencionado, esta tragedia constituye un modelo perfecto de drama clásico (es canon dentro del género), pues su acción presenta todos los rasgos que le dan el carácter de tragedia compleja. El lenguaje es de tipo democrático, ejemplo de ello es cuando Creonte delibera con Edipo y lo tacha de tirano; se manifiesta una crítica contra esta forma de gobierno. Los indicios temporales son pocos palpables en esta tragedia, a pesar de mostrarse perfecta. La obra empieza cuando Edipo se encuentra en la gloria de su apogeo y una epidemia causa estragos en Tebas; se consulta el oráculo de Delfos para conocer la causa de la plaga, y éste prescribe que el motivo se debe a que no se ha vengado la muerte del rey Layo; entonces Edipo ordena que se busque al asesino de éste y se castigue; a su vez, le pide al adivino Tiresias que lo denuncie, pero se niega a hablar y, luego de diversas deliberaciones, finalmente, declara que él mismo (Edipo) es el asesino; a partir de este momento, el rey tebano comienza a tener conocimiento de quién es realmente y se inicia el desarrollo de toda una “anagnórisis” que cambia el curso de su destino glorioso a uno fatal ineludible (eironeia); por medio de indagaciones (primeramente las noticias del mensajero, que producen una peripecia que corrobora que el rey de Corinto ha muerto y que, por lo tanto, no es su padre y, en segundo lugar, las declaraciones del pastor que confirman las sospechas de Edipo), intenta eludir su fatalidad; sin embargo, se da cuenta de que es imposible porque ya se ha consumado: ha cometido el parricidio y el incesto que le predijo el oráculo; sucesivamente, el conocimiento de tal desgracia provoca un desenlace patético: Yocasta se ahorca, Edipo se saca los ojos y, desposeído de sus hijas, enfrenta el destierro que él mismo pide como expiación. La idea central gira en torno a la incertidumbre de quién es el asesino de Layo; ésta es la que pone de manifiesto cuál es el destino de Edipo. En esta tragedia está presente la idea de Sófocles de que la voluntad humana domina sobre el destino avasallador; es decir, el hombre sigue siendo impontente ante el destino, pero posee voluntad para enfrentarlo, aunque esa lucha lo haga caer en más desgracias. Edipo quiso eludir el destino que le había vaticinado el oráculo de que sería el asesino de su padre y que cometería incesto con su madre; se expatria de Corinto creyendo huir de la desgracia y, no obstante, cae en ésta, la que desencadena otras desgracias peores (que es el desenlace patético de la tragedia). La idea de la “hamartía” está preente en esta obra, que consiste en la ignorancia de Edipo acerca de su origen y comete errores por ignorancia; además está presente la idea de la “ironía trágica”, pues Edipo manda a buscar al asesino de su padre Layo para que sea castigado, sin saber que él es el asesino. Sófocles pinta a los personajes con un apego absoluto a la realidad; crea personajes llenos de viveza y pasión, con toda la gama de sentimientos y reacciones que dominan el corazón humano; cada personaje habla y se expresa como es: Edipo aparece con defecto de extremada calidad, violento y autoritario, lo que le provoca la calamidad fatal; Tiresias se muestra como el vidente deseoso de ocultar la verdad, pero es obligado a confesarla; Creonte se muestra convencional, diríase que democrático y honorable; Yocasta aparece como toda la mujer que sólo desea la felicidad de su esposo; el coro está integrado por quince ancianos.


Carmenes

La poesía alejandrina clásica ciceroniana
A la par de la literatura comprometida, en especial la prosa historiográfica (César, Salustio) y los discursos políticos (Cicerón), así como las poesía didascálica de corte filosófico (Lucrecio), se perfiló, a finales de la República, en el campo de la poesía, un movimiento poético renovador en la Roma ciceroniana que no sólo se explica por la lógica continuidad de los latinos (fieles imitadores de los clásicos griegos) de seguir también los pasos de éstos en su ruta hacia Alejandría y el exótico mundo oriental, sino por el afán purista y decantador que las letras romanas iban tomando y por el deseo espontáneo de reacción contra la rutina bélica y los trillados motivos que el ambiente político obligaba a encarar. Estos poetas, inspirados en la literatura helenística, innovadores, jóvenes y liberales (hoy día, se les llamaría bohemios) se conocen como los poetas nuevos (neóteroi o poetae novi). Sus composiciones poéticas tenían en común:

El estar dirigidas a minorías selectas, es decir, a la aristocracia que, a causa de las constantes guerras civiles, se había vuelto más refinada e ilustrada, al contrario de la clase popular.

Un eminente gusto por la descripción preciosista, que les permitió recrear los viejos mitos clásicos griegos con nuevas formas y estilos, para lo cual se vieron en la necesidad de acuñar vocablos (neologismos) y echar mano de toda la erudición histórica, mitológica y científica que poseían.

Constantes alusiones a personajes políticos, situaciones personales, enredos amorosos, devaneos, idilios, etc. De ahí que el estilo de estas composiciones sea más personal que el de las grandes formas literarias en verso (por ejemplo, la épica). Abundan las expresiones ligeras, los términos familiares, una que otra palabra vulgar, así como los diminutivos cariñosos.

El empleo de metros poco usuales: la elegía amorosa, el epigrama alejandrino y la poesía narrativa (epilios), adaptados para el canto y el acompañamiento musical.

Toman, como puntos de referencia, a los viejos poetas helenos del período preclásico: Alceo, Safo, Anacreonte, Arquíloco, así como a los alejandrinos Calímaco, Teócrito y Meleagro.

Cayo Valerio Catulo (87 – 54 a.C.)
Provenía de una eximia y acomodada familia de Verona. Llegó a Roma y se dedicó de lleno a los estudios y deleites de la vida mundana (bohemia); en especial, cuando se dejó embrujar por el frenesí y la voluptuosidad de aquella dama a quien él nombre, una y otra vez, en sus cármenes, como Lesbia (indudablemente, la terrible Clodia Pulcher, hermana de Clodio, el tribuno). Un rompimiento antecedió al desempeño de su ocupación pública en Bitinia, en el estado mayor del propretor Memmio, quien lo ayudó a enriquecerse como él ni siguiera se lo había imaginado; luego, retornó a Verona y a Roma, exasperado por una nueva etapa pasional; para entonces, se logró reconciliar con Julio César, antiguo huésped de su familia, con el que se había ensañado virulentamente en sus epigramas. Aunque falleció poco después, todavía en época de plena juventud, Catulo halló cómo disfrutar de los placeres que la Roma turbulenta de su tiempo le ofrecía, placeres que se pueden resumir en el nombre de Lesbia, quien, a la postre, llegó a ser su Musa y el motivo central de toda su creación poética: «Cuando Catulo conoció a Clodia Pulcher, ella estaba casada con Quinto Metelo Celer y poco después enviudó (59 a.C.). Tenía unos diez años más que él; como él enamorada del arte, apasionada, ardiente, pero sin su alma profunda de poeta nacido para sufrir amando, lo encendió con sus divinos ojos de Juno en una pasión de la que Catulo jamás pudo liberarse sino destrozando su corazón. De ese amor y ese dolor, que llenaría toda su vida, no hallaría más consuelo que la poesía; esa poesía instantánea en que se refleja su pasión casi hora a hora, en la que todas las peripecias de aquel grande amor quedaron indeleblemente impresas; desde el primer encuentro, en casa de un amigo complaciente; desde la primera vez que Lesbia se acercó al umbral, en el recuerdo de ansia y ebriedad que luego jamás apartó de su recuerdo enamorado.»

Los poemas de Catulo
De las poesías de Catulo, denominadas Catulli Carmina (Canciones de Catulo), se conservan apenas 116 muestras, que no están divididas ni por temas, ni por géneros, simplemente en tres grupos de acuerdo con la extensión y el metro empleado: los poemas breves, los poemas largos y los epigramáticos. Catulo es un lírico en el sentido que los antiguos daban al término: escritor de poemas que requieren música y ellos mimos son música.

- Poemas breves (cármenes del I al LX)
Se trata de una serie de poemas de carácter bélico y yámbico, denominados bagatelas o “nugae” (en metros diversos con predominio de los endecasílabos).Son de carácter personal. En unos se burla de personajes políticos como: Julio César, Cayo Memmio, etc. Hace referencia, de manera zahiriente, a los malos bardos como: Volusio, Sufeno, Cesio, etc. Critica, con gran sarcasmo, a políticos que vivían dependientes de otros como: Laporra, Mamurra, Batinio, Nonio, etc. También alaba a los buenos poetas, algunos pertenecientes al círculo de los “poetae novi” como: Quinto Cornificio, Cinna, Bibáculo, Cornelio Nepote, etc. Se mencionan hechos dolorosos, como la muerte de su hermano en Pérgamo (Troya). Se hace alusión a los diversos sitios de recreo pertenecientes al poeta: Cabo, Sirmión, Lago Garda, Tíboli. Sobresalen los cármenes dedicados a Clodia Pulcher, es decir, los que expresan su arrebato amoroso por Lesbia en todas sus expresiones y manifestaciones de sensibilidad.

- Poemas largos (cármenes del LXI a los XVI)
Son casi todos los de carácter narrativo. Muchos son narraciones mitológicas, incluso traducciones del griego (“La cabellera de Berenice”, “Epitalamio de Tetis y Peleo”), inspirados en los poetas alejandrinos (Calímaco de Cirene); en ellos se nota la máxima expresión del refinamiento que había desplegado la cultura helenística.

- Poemas epigramáticos (cármenes LXVII y del LXIX al CXVI)
Son todos poemas de carácter satírico, por medio de los cuales Catulo censura los vicios de la época: incestos, adulterios, pederastia, etc. Se destacan dentro de este grupo el carmen LXVII, en el cual aparece el motivo de la puerta personificada que es testigo de hechos escandalosos, un elemento que influirá profundamente en poetas posteriores. Sobresalen algunas composiciones de carácter amoroso, pero escritas a manera de despecho, ira, dolor, desencanto, inseguridad. Éstos poemas, al contrario de los del primer grupo, pareciera que fueron compuestos en esos momentos en que la relación del poeta con su amada, Lesbia, entraba en crisis, o bien, cuando se vislumbraba un caótico final.

La Odisea

La literatura griega

Personajes de La Odisea
La vocación estética del pueblo griego, dotado de cualidades en todos los sentidos, reunía en un acuerdo armonioso la inteligencia, la lógica, la ingeniosidad, la imaginación plástica, los gustos artísticos, la observación precisa y el idealismo, la idea de las realidades y la fantasía. Los griegos crearon el arte y la filosofía, la literatura y la ciencia que aún sirven de modelo en tiempos presentes. Investigaciones recientes han dado a conocer lo que los pueblos helenos debían a la expansión asiática. Aunque en historia no existen principios absolutos, el milagro griego subsiste, milagro de adaptación, de estilo mesurado y de inteligencia clara. La literatura griega, que tuvo el privilegio de ser perfecta desde su cuna, alió a la plenitud formal de su estilo el carácter imperecedero de su temática que tendrá pervivencia a través de todos las épocas.

La poesía épica

Introducción
El género épico está constituido por los textos literarios cuyo autor cuenta o narra, en prosa o en verso, acciones y peripecias realizadas por los personajes de la obra. El poeta es, así, un intermediario entre los sucesos y el lector. Entre los géneros épicos en versos, se destacan los siguientes:

- La epopeya, que narra una acción memorable y decisiva para la humanidad o para un pueblo, en un principio transmitida de forma oral y, muy posteriormente, recogida en textos escritos. Son muy pocas las obras que han merecido este nombre: El Ramayana, atribuido al indio Valmiki; La Ilíada y La Odisea de Homero, en Grecia, y El cantar de los Nibelungos, anónima, en Alemania.

- El poema épico, de gran extensión, que relata hazañas heroicas con el propósito de glorificar a la patria, escrito en lengua culta, producto de la imaginación y la erudición del poeta. Son poemas épicos La Eneida de Virgilio en la antigua Roma, La Araucana de Alonso de Ercilla, en España, El paraíso perdido, de Milton, en Inglaterra, La divina comedia, de Dante, en Italia, entre otras.

- Los cantares de gesta, poemas escritos durante la Edad Media para exaltar a un héroe nacional, como el Cantar de Mio Cid, en España, y el La canción de Rolando, en Francia.

Rasgos generales de la poesía épica
Objetividad: El autor no toma parte en la narración ni hace comentarios para exponer sus puntos de vista. Se busca presentar sólo los hechos exteriores, aunque como es lógico suponerlo, nunca se logra la total objetividad, pues de alguna manera interviene siempre la posición del narrador o del poeta en la presentación o selección artística de los hechos.

Relación continua de sucesos: Siguiendo el hilo central del relato, el poeta se ve precisado a relatar acciones; es éste un género esencialmente narrativo y los escenarios cuenta poco. No obstante, La Ilíada y La Odisea ofrecen excelentes pasajes descriptivos o bien de tipo mixto: narrativo descriptivo.

Historicidad: Se recurre como fuente temática a los hechos históricos, aunque deformados por la tradición oral. En el caso de Homero, el dato histórico es la guerra de Troya, acaecida varios siglos antes de su época.

Intervención de elementos mitológicos o religiosos: En la historia de los pueblos, la fusión del mito y la religión es la nota común para explicar los fenómenos naturales y la grandeza del universo. No podían sustraerse los griegos de esta influencia de lo religioso y lo mítico, sólo que la presencia de Dios la resuelven mediante una compleja mitología que incluyen una jerarquía de dioses que personifican los diferentes elementos naturales y que, por no existir todavía una transparente explicación científica, sirven para aclarar las manifestaciones de esos mismo fenómenos. Como no habían heredado el concepto de pecado (el cual provino de la religión judaica), suponían la existencia inexorable del destino (“heimarmene” o “ananké”) y creían en la fuerza de los hados venturosos o malignos, regidos por innumerables dioses. No era tanto la valentía o la suerte lo que decidía las batallas, o el ritmo de la vida, o la muerte de un héroe, sino la voluntad de los dioses protectores o enemigos, quienes, en la epopeya homérica, combaten al lado de los mortales. Ese fatalismo cruel, además de una serie de intervenciones de dioses mayores o menores y la forma de aparición (“epifaneia”) y los efectos naturales o sobrenaturales que provocan constituyen otras tantas muestras de la religiosidad representada en los poemas de Homero.

El diálogo: Se emplea como resultado de la necesidad de trasladar al oyente las palabras textuales de los personajes. La continuidad del diálogo se asegura por el uso frecuente de la pregunta y la respuesta y por la acertada caracterización de los personajes casi solo mediante expresiones personales que les son característicos.

El discurso: Una forma derivada del diálogo que llega a constituir su esencia misma. El discursos es una larga intervención de un personaje, con el evidente afán retórico de persuadir o impresionar el ánimo del oyente. En Homero, los discursos llegan a constituir muestras de estilos oratorios excelentes. A menudo cuando un personaje toma la palabra ante el grupo, lo hace en forma sentenciosa a guisa de discursos dando siempre la impresión de que se dirige a un auditorio.

Empleo inicial de la invocación: Los poemas homéricos se inician con una invocación a las Musas inspiradoras del poeta.

La epopeya heroica u homérica
La poesía épica alcanzó su plenitud en el siglo IX antes de Cristo, bajo la influencia de ciertos cambios históricos, el principal de los cuales fue la migración y establecimiento de los griegos expulsados del continente por la invasión dórica en Asia Menor. La epopeya griega nació en un principio en las tribus eolias residentes en Lesbos y Tróadas, y se desarrolló completamente en los pueblos jónicos. La tradición liga la epopeya griega al nombre de Homero, poeta ciego y errante cuyo lugar de origen se lo disputan varias ciudades de Jonia. Con él, puede decirse que se inicia la literatura griega y termina el proceso de perfección de la épica.

Homero (Siglo IX u VIII a.C.)

Se conoce con este nombre al poeta épico tradicional de Grecia, autor de las dos grandes epopeyas: La Ilíada y La Odisea. Por tratarse de obra provenientes de una edad preliteraria, las fuentes de que se disponen para su estudio son inciertas, y la crítica ha llegado a poner en duda la existencia misma de su autor. Toda la antigüedad, sin embargo, le atribuyó la paternidad de ambos poema a Homero. Se han conservado algunas  vidas de Homero, cuyo material proviene de pasajes de los mismos poemas homéricos, de proverbios y poesías populares. La más documentada parece ser la de Herodoto, quien piensa que vivió cuatro siglos antes que él, hacia mediados del siglo IX a.C.; Teopompo, por su parte, lo sitúa hacia el 685 a.C., y Aristarco, en el 1044 a.C. En cuanto al lugar de origen, casi todas las vidas coinciden en considerarlo oriundo de Jonia. Siete ciudades se lo disputan: Esmirna, Quíos, Colofón, Salamina, Rodas, Atenas y Argos. La tradición relata que, viejo, ciego y pobre, Homero erraba de ciudad en ciudad cantando sus poemas, hasta el día en que murió en Ios, donde se mostraba su tumba a los visitantes. Los poemas homéricos habían sido cantados al principio por los aedas y, posteriormente, en las grandes fiestas Panateneas, por los rapsodas, algunos de los cuales pretendían descender del mismo Homero. Fueron ellos quienes, bajo los Pisistrátidas (siglo VI a.C.) y utilizando probablemente un antiguo manuscrito ático, fijaron el texto y realizaron la primera edición crítica del mismo que se tiene noticia hoy día. En los siglos siguientes, los textos sufrieron considerables alteraciones, como puede verse por los papiros encontrados en el siglo XIX. A partir del año 150 a.C., los papiros muestran gran uniformidad, como consecuencia de la labor ordenadora de Aristarco (siglo III a.C.) y Aristófanes de Bizancio (262 – 185 a.C.), si bien no tuvieron un conocimiento de la lengua de Homero tan profundo como el suyo, eliminaron las numerosas interpolaciones acumuladas y conservaron algunas formas arcaicas. Aristarco, encargado de la biblioteca de Alejandría, publicó dos ediciones sucesivas, consideradas por la antigüedad como las más autorizadas y que, con algunas variantes, son las que han llegado hasta la actualidad. Por primera vez, dividieron los dos poemas en 24 cantos, designados con las letras del alfabeto griego. La obra de Homero formó así un conjunto sobre el cual trabajaron los escoliastas. La paternidad de Homero fue puesta en duda, ya en la antigüedad, por los corizontes o separadores, que atribuían cada poema a un autor diferente. Esta opinión fue combatida por Aristarco y, recientemente, reapareció en el siglo XVII con D’Aubignac y Vico y, en el siglo XVIII y XIX, con Wolff, Lachmann, Hermann y otros. En 1795, el alemán F. A. Wolff publicó sus Prolegómenos sobre Homero, en los que niega la existencia de éste y ve, en ambas epopeyas, la obra de los Diacesvastas de Pisístrato, quienes habrían reunido y combinado a su manera cantos antiguos, producidos por incontables aedas de la época anterior al clasicismo helénico. Desarrollada por sus discípulos, la tesis de Wolff fue vivamente combatida en el siglo XIX. Pero los descubrimientos recientes de arqueología, nuevos papiros hallados y ciertas investigaciones filológicas, reabrieron la discusión. Se ha comprobado, por ejemplo, las diferencias de la civilización que hay en La Ilíada a la de La Odisea: la primera ignora el uso del hierro, conocido en cambio, en la segunda; se ha advertido que resulta imposible escandir algunos versos si no se hace intervenir la dígama eólica, que en otros versos no desempeña papel alguno, etc. Fue preciso admitir, pues, que junto con una parte central original, el texto conocido presentaba fragmentos a veces bastante largos, que pertenecían a autores, épocas e incluso dialectos diferentes. Los trabajos de W. Christ, Kirchoff, Lang, Bréal, Grote, Alfred y Maurice Croiset y Víctor Bérnard, han establecido que, al parecer, en el siglo IX a.C. y alrededor de Mileto, en Asia Menor, floreció una escuela de poesía épica, cuyo exponente máximo fue Homero, un genio extraordinario que, alrededor del año 950 a.C., compuso ambos poemas, utilizando el abundante material de sagas y mitos populares e incluyendo sin duda muchas reminiscencias de estilo y lenguaje. El dialecto de Homero no tiene paralelo contemporáneo con el cual pueda ser cotejado. No fue un dialecto hablado, sino creado expresamente para la epopeya. Es, en esencia, jónico, pero con contaminaciones áticas, como consecuencia de las recitaciones en las Panateneas, con restos de formas eólicas y conservando, por debajo de estas corrientes principales, voces arcaicas de los dialectos griegos anteriores. Tal es el texto en el cual los filólogos contemporáneos procuran encontrar los elementos y el orden del “epos” primitivo. Por otra parte, para algunos autores La Ilíada parece presentar una unidad de composición original mucho más sólida que la que ofrece La Odisea. Otros combaten tal tesis y afirman la unidad de ésta, que habría existido en la versión original del poema, pero modificada durante la época de los Pisistrátidas, por razones de conveniencia política, en una edición de carácter oficial. En 1948, el crítico francés Mireaux emitió la hipótesis de que existieron dos Homeros, pertenecientes quizá a la misma familia de aedas. El segundo de ellos, hacia el 650 a.C., habría modificado y abreviado los textos primitivos, que se remontaban, aproximadamente, al año 700 a.C.; estos poemas primitivos se referían, al parecer, uno a la ira de Aquiles, y el otro al retorno de Odiseo. Los poemas del segundo Homero tuvieron por finalidad alentar las expediciones en busca de estaño, necesario para fabricar armas de bronce. Por otra parte, los poemas homéricos habrían sido de fondo místico, y la guerra de Troya una ficción poética exclusivamente. De acuerdo con otra composición, que se funda sobre recientes descubrimientos relativos a los pueblos antiguos del Asia Menor, las epopeyas homéricas no fueron manifestaciones de una civilización joven, sino el fruto sintético de concepciones religiosas, morales y patrióticas de los antiguos pueblos hititas, sumerios, babilonios, semitas e indios, así como de las tradiciones sacerdotales del Asia Menor relativas a divinidades del antiguo Oriente. Las epopeyas homéricas, pues, vendrían a ser una suma de la sabiduría acumulada en diez siglos por una vieja civilización. Si bien la discusión continúa, hoy es generalmente admitido que ambos poemas fueron compuestos entre los siglos IX y VII a.C.; que a pesar de las visibles diferencias entre ambos, su estilo, construcción e índole permiten suponer, con bastante fundamento, la existencia de un autor único; que aun siendo un creación personal, representa la culminación de una larga tradición helénica, prehelénica y oriental conservada y transmitida por los bardos y, que, dada las tenaz preferencia por las formas jónicas cuando el metro lo admite, su autor pudo bien haber sido oriundo del Asia Menor, como la antigua tradición sostenía. Como corolario: sea como sea, la importancia de Homero entre los griegos es innegable, pues sus obras son para éstos la fuente de las cosas divinas y humanas, su código religioso, su maestro de guerra, su historia antigua y, lo más importante, un tratado de ética y educación (paideia) que sirvió de modelo durante mucho tiempo, inclusive a los mismos romanos. El bardo conseguía, de esta forma, instruir deleitando. Las propias leyendas eran sólo el armazón al que añadían adornos extemporáneos, con la finalidad de encajar con las necesidades y el temperamento de cada auditorio específico.

Acercamiento a los poemas homéricos

Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre el origen, es evidente que las dos obras cimeras de Homero se vinculan por características comunes, tanto en la concepción general como en la realización artística. La Ilíada es una epopeya guerrera y La Odisea describe las aventuras de un viajero por el mundo, pero una y otra brindan, en los numerosos e interesantes episodios que embellecen el texto, una pintura exacta de la sociedad griega nueve siglos antes de la era cristiana. Los héroes aun lindan con la barbarie por su rudeza, pero ya nace en ellos la civilización y, en su simplicidad, son accesibles a sentimientos delicados, como la generosidad y la piedad. Se interesan por las cosas de la inteligencia y del arte, pronuncian o escuchan con interés hermosos discursos, y las descripciones del escudo de Aquiles o del palacio de Menelao denotan un arte refinado. En sus creencias son ingenuos. Los dioses son omnipresentes. Difieren poco de los hombres (a menudo son progenitores de uno de los héroes) y, si bien poseen poder y eternidad a la vez que superior inteligencia, se hallan sujetos a las pasiones humanas y se dejan arrastrar fácilmente por la ira y el resentimiento. Les complace mezclarse en las cosas humanas, particularmente en los festines y combates. La variedad de los personajes permite la minuciosa descripción de las costumbres de la antigua sociedad griega. Junto a los protagonistas surgen con nítido relieve numerosos personajes, desde los ancianos, como Príamo, hasta los guerreros jóvenes en toda la plenitud de su edad: Áyax, Patroclo, Telémaco, Héctor. No faltan las mujeres, los personajes de madres y esposas se encuentran dibujados con particular destreza en especial las figuras de Hécuba, Andrómaca y Penélope. Helena sabe hacer perdonar al haber promovido la guerra de Troya, y Nausícaa constituye el prototipo de la doncella amable. La Ilíada y La Odisea tuvieron resonancia considerable; aedas, poetas y escritores buscaron temas en estas epopeyas, imitándolas y modificándolas. El tiempo no ha lesionado el prestigio de estos dos maravillosos poemas y en todas las épocas han sido y serán las primeras obras maestras del espíritu humano. Con ambas epopeyas no sólo se inaugura la literatura europea, sino que en ellas se encuentran los inicios de la Historia, la Filosofía, el Drama, la Poesía y la Ciencia. Sus temas han sido inacabables fuentes de inspiración para los artistas y oradores griegos. E incluso, en la actualidad, son, para nosotros, manantiales de información sobre el mundo heleno tal y como fue durante la existencia de Homero, y tal y como él lo creyó en los tiempos micénicos. Dejando de lado las teorías y polémicas acerca de la existencia o no de Homero, es evidente que ambos poemas, por separado, muestran señales de un solo genio controlador y unificador. La Odisea da la impresión de haber sido compuesta como continuación de La Ilíada, pues en ella se encuentran eventos que ocurrieron en el intervalo transcurrido entre los dos textos épicos. Ejemplo de ello es el episodio del caballo de madera, el saqueo de la ciudad de Ilión, el retorno de los héroes griegos (ejemplo: Menelao y Agamenón). También el hecho de que los personajes importantes de la primera (quienes están presentes, de alguna manera, en la segunda y mantienen su carácter e individualidad) parecen apuntar hacia la unidad de ambas composiciones. Por otro parte, no hay que perder de vista que La Ilíada es una obra de juventud, una recopilación de mitos y un período anterior a Homero (la época creto micénica), mientras que La Odisea es un texto de su propia creación, de un hombre que ya había vivido lo suficiente y sabía cómo encarar la realidad circundante.

Proceso de formación y fuentes de inspiración de los poemas homéricos


El autor tuvo acceso a materiales antiguos, procedentes de todo el acervo de mitos, leyendas y cuentos populares llegados a él, recogidos de boca en boca, desde el remoto pasado. La guerra de Troya fue un hecho histórico, según nos revelan los descubrimientos arqueológicos del alemán Heinrich Schliemann en Hissarlik. Un lapso de unos cuatro siglos separa la guerra de la composición de las epopeyas, tiempo durante el cual se crearon leyendas, historias, mitos y se consolidaron. Todo este material, conocido como el ciclo troyano, fue compuesto y transmitido en forma oral. Homero entonces se inspira en esta fuentes y crea sus propias composiciones, las que él mismo presenta, acompañado del instrumento de cuerda llamado cítara, ante auditorios aristocráticos de su tiempo. La Odisea, al igual que La Ilíada, se fundamenta en los mitos que le llegaron a Homero a través de los siglos. Homero les añadió mucho de su propia imaginación. Su forma de tratar el tema principal de ambos poemas, así como sus respectivos episodios individuales, es mucho más sensitivo y perceptivo. Tomó los cuentos prístinos de monstruos, de caníbales y de riesgo desesperados, y los animó con una generosa y tierna visión de la vida. Él les proporcionó una visión global del mundo, de los dioses y de las tareas que tenían asignadas, de los hombres y mujeres siguiendo sus destinos, de todos los estados de ánimo, desde la torva venganza a la más estruendosa farsa, de palacios y jardines, de remotas islas y litorales rocosos. Tras de cada narración, su imaginación trabaja, viendo a los humanos tales cuales son, asimilando el misterio por el cual actúan como lo hacen, retratándolos con compresión, incluso cuando son malos y, ni por decir tiene, que con calor y suave afecto si esos seres humanos son buenos.

Conceptos y rasgos culturales griegos necesarios para comprender los poemas homéricos


Concepto de cultura: La cultura es la que se ofrece de forma entera al hombre y abarca su conducta y comportamiento externo e interno. En Grecia, la formación de la cultura se originó en el mundo aristocrático con el ideal del hombre superior que aspira a la selección de la raza. La cultura nace en la diferenciación del valor espiritual y corporal de los individuos.

Concepto de educación: La educación es una formación espiritual que ayuda al hombre a forjarse ideales. La educación tarda mucho tiempo en llegar a la plena conciencia de aquéllos que la reciben y la practican. Para los griegos, la educación era una serie de mandamientos: «honra a los dioses, honra a tu padre y a tu madre, respeta a los extranjeros». La educación griega era un conjunto de preceptos sobre la moralidad externa e interna y reglas de prudencia para la vida, transmitidas oralmente a través de los siglos. La forma en que era transmitida la educación se llamaba (tecnh) “techné”, y tal educación solamente estaba reservada, de manera exclusiva, a la clase noble.

Concepto de nobleza: Para los griegos, al hablar de nobleza, había que tomar dos sentidos: en el sentido de una clase privilegiada que pertenecía a una casta; en el sentido de valor o cualidad.

Concepto de “paideia”: Su significado más antiguo se refiere a la crianza de los niños. Este término se empieza a utilizar a partir del siglo V a.C., anterior a este siglo, se empleaba el término (areth) “areté” para referirse a todo lo de la educación.

Concepto de “areté”: En castellano no existe una acepción que ofrezca un equivalente. “Areté” proviene del adjetivo griego “agathós”, y resume tres adjetivos conceptuales: lo bello, lo bueno, lo verdadero. “Areté” y “agathós” son los dos términos que designan las cualidades humanas más altamente estimadas. El “areté” es una cualidad propia de una casta, una élite, descendiente de dioses y semidioses, y principalmente son los guerreros aristocráticos, capacitados y valientes que en tiempos de guerra obtienen el éxito y en sazón de paz gozan de las ventajas sociales inherentes a su condiciones, quienes lo poseen. En otras palabras, se puede decir que “areté” es el ideal caballeresco más alto unido a una conducta cortesana y selecta, y el heroísmo guerrero. El concepto de “areté” es utilizado por Homero para designar las excelencia humana y la superioridad de los dioses. Los personajes de los poemas homéricos pertenecen a una clase noble y, por lo tanto, poseen “areté” y la cualidades que reúne la palabra, entre las que están: a) Descendencia de algún dios, b) La virtud de alcanzar la belleza por la belleza y la belleza misma; c) El cumplimiento del deber (deber en el sentido social, o sea, respetar las leyes, ley de hospedaje y ley de suplicante, y deber en el sentido personal, de acuerdo con el dictado de la conciencia), d) En el hombre la fortaleza y la destreza guerrea, es decir, heroísmo guerrero que era recompensado con un botín que comprendía mujeres y riquezas, además del honor (elogio por sus actos que brinda la sociedad): los hombres aspiraban al honor para asegurar su propio valor, la confirmación de su “areté”; el elogio o la reprobación eran las fuentes del honor o del deshonor. e) En la mujer, el “areté” se presenta por medio del cumplimiento con sus deberes domésticos y lealtad a su marido. f) El reconocimiento de la soberbia y la magnanimidad que se da en un momento máximo de poder, cuando el sentimiento de condescendencia conmueve a quien es víctima de ésta.

La Odisea


Odiseo y Calipso
Es un poema épico de 12.110 hexámetros, distribuidos por los antiguos en 24 cantos o rapsodias. El poema está dividido en tres secciones esenciales, que tal vez fueran, en su origen, composiciones aisladas, pero constituyen parte de sus estructura interna y la diversificación de sus planos narrativos.

En La Odisea se muestran dos líneas de acción: una que refiere lo sucedido a Telémaco, y otra que narra lo que le acontece a Odiseo; al inicio del poema aparecen aisladas, pero al final se unen. El transcurso lineal de la historia está hábilmente fragmentado por el autor en diferentes secciones que son luego ensambladas de nuevo, sin perturbar ese carácter de continuidad. La Telemaquía, formada por las primeras cuatro rapsodias tiene un papel primordial, ya que introduce las figuras de Odiseo, Telémaco, Penélope y los pretendientes y, a la vez, provee las aventuras de Odiseo de un marco de realidad. En las rapsodias I y V se describen dos asambleas de los dioses que ponen en movimiento dos tipos de acciones: el despertar del joven Telémaco, para que se convierta en digno compañero de su padre a la hora de la venganza, y la decisión de que Odiseo, finalmente, regrese a Ítaca. En la oscilación secuencial entre un campo de acción y otro, y la inserción de la mirada retrospectiva o analepsis que perturba el orden lineal de la historia (lo que constituye un comienzo “in medias res”) es donde se halla la clave de la composición del poema, pues crea los resortes dramáticos (climáticos y anticlimáticos) que mantienen al lector (oyente en aquellos tiempos) a la expectativa e interesados en el devenir de los acontecimientos. Con base en esto, ya, desde la antigüedad, se establecieron diversos planos narrativos o secuencias narrativas en La Odisea. Así, por ejemplo, los gramáticos alejandrinos agruparon en seis partes, de cuatro partes cada una, las 24 rapsodias de que se compone esta canto épico. La primera parte (del canto I al IV) es la Telemaquía o aventura de Telémaco; la segunda (del canto V al VIII) cuenta las aventuras de Odiseo desde la isla de la ninfa Calipso hasta la isla de los feacios; la tercera parte (del canto IX al XII) es una visión retrospectiva de las aventuras de Odiseo, que éste narra al rey de los feacios, Alcínoo. La cuarta parte (del canto XIII al XVI) refiere el arribo a Ítaca de Odiseo y su estancia en la cabaña de su porquerizo Eumeo; la quinta parte (del canto XVII al XX) relata ya a Odiseo en su palacio; en la parte sexta (del canto XXI al XXIV) se asiste a la masacre de los pretendientes de Penélope y a la reintegración de Odiseo en su reinado. Para efectos de lectura, la estructura interna, o bien, los diferentes planos narrativos de este epopeya se pueden resumir en la siguiente sinopsis:

- Telemaquía, Telémaco visita a Néstor y Menelao
- Aventuras de Odiseo
1) Salida de Troya y arribo a la tierra de los cicones
2) Llegada a la tierra de los lotófagos
3) En la tierra de los cíclcopes, enfrentamiento contra Polifemo
4) En la tierra de Eolo, dios de los vientos
5) En la tierra de los lestrigones
6) Arribo a la isla de la hechicera Circe
7) La “nekyia” o visita a la tierra de los muertos y entrevista con Tiresias
8) En la isla de las sirenas
9) Enfrentamiento contra los monstruos Escila y Caribdis
10) Sacrilegio contra las vacas del Sol
11) Llegada a la isla de Ogigia, isla de Calipso 
12) Arribo a la isla de los feacios, Esqueria, cuyo rey es Alcínoo y su hija Nausícaa
13) Partida de Odiseo del país de los feacios y su arribo a Ítaca
- Odiseo en su palacio vestido de mendigo
- Masacre de los pretendientes y Odiseo reconocido de nuevo como rey


En La Odisea se encuentran dos tipos de narradores: uno omnisciente que abarca toda la parte de la Telemaquía y la narración de la salida de Odiseo de la isla de Calipso hasta su arribo a la  isla de los feacios; el relato de las aventuras de Odiseo, por boca propia, constituye un narrador protagonista. Los hechos finales del poema son narrador nuevamente por un narrador omnisciente que explica y describe todas los hechos acaecidos antes de la reintegración de Odiseo a su reino de Ítaca.

Habiendo sido compuesto oralmente La Odisea al igual que La Ilíada, contiene elementos peculiares a esa forma de composición, que difiere sustancialmente de la creación escrita a la que está habituado el lector actual. Estos elementos incluyen:

Fórmulas que se usan reiteradamente, como, por ejemplo, las empleadas para anunciar un discurso: «… Y dijo estas aladas palabras…», «… el procedimiento del banquete…», «echaron mano a las viandas…», así como todo tipo de comportamiento cotidiano.

Repeticiones que describen escenas típicas como alguna ceremonia religiosa, el recibimiento de un huésped, los sueños, etc.

Formas de anticipación como signos, sueños, predicciones, visiones, presagios. Los epítetos referidos a personajes, animales u objetos cobran una gran importancia, pues se reiteran como un “leit-motiv” con cada uno de ellos a lo largo del poema, además de que resultan automáticamente en verso («… el paciente Odiseo…», «… el astuto Odiseo…», «… la prudente Penélope…», «… la Aurora de los rosados dedos…», «mar vinoso oscuro…», «… lanza de alargada sombra…», «… muerte que tumba a la larga…», «… cielo broncíneo…») y les van dando cuerpo a los personajes y a los lugares. También se emplean, de manera profusa, las figuras de estilo como la metáfora, la hipérbole y muy especialmente el símil («… me mató como a un buey en el establo», «… como habla ese viejo semejante a una vieja fragua…»). Se recurre al discurso directo para darles mayor verosimilitud a los hechos, además del narrativo o indirecto, así como de la descripción, propios de la épica homérica.

Presencia de lo sobrenatural, o lo maravilloso, que es una especie de dimensión mágica que permea toda la obra y a causa de la cual suceden cosas fuera del ámbito del acontecer cotidiano. Parte importante de esta dimensión son los dioses que, en Homero, intervienen en los asuntos de los humanos, se mezclan con ellos, se les aparecen adoptando una figura humana (epifanías) y se complacen en aconsejar, inspirar, alentar a sus favoritos, como Atenea con Odiseo y Telémaco; pero también pueden ser vengativos como Poseidón, cuya cólera contra Odiseo funge como motor de la acción en parte de la obra. Sin embargo, los dioses en La Odisea actúan con una orientación ética más evidente que en La Ilíada. El mismo Zeus lo aclara: «¡Oh dioses!, ¡de qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino.» Tanto los dioses entre sí, como los hombres se muestran respetuosos; cuando, al morir los pretendientes, Euriclea pretende prorrumpir en júbilo, Odiseo la reprende: «¡Anciana, regocíjate en tu corazón, pero conténte y no profieras exclamaciones de alegría, que no es piadoso alborozarse por la muerte de estos varones! Diéronles muerte la Parca de los dioses y sus obras perversas, pues no respetaban a ningún hombre de la tierra, malo o bueno, que a ellos se llegase; por esta causa, con sus iniquidades se han atraído una deplorable muerte.»


En este poema, como se ha visto ya, comienza con un primer bloque de cuatro cantos, a modo de introducción, llamado Telemaquía porque el protagonista de la acción narrada en ellos es Telémaco, el hijo de Odiseo. Se hace saber en este prólogo que, de entre los héroes aqueos que lucharon en Troya, unos han muerto, otros ya regresaron a sus hogares y tan sólo Odiseo se encuentra retenido, lejos de su patria y su hogar, en poder y entre los brazos de la ninfa Calipso. Los dioses todos, salvo Poseidón a cuyo el Cíclope ha dado muerte Ulises, le compadecen, y Atenea, la diosa que especialmente le protege, obtiene de Zeus que Hermes, el dios mensajero, se ponga en camino hacia la isla de Ogigia, la isla de Calipso, para dar a ésta la orden de dejar en libertad a su amante prisionero. Hasta aquí la información sucinta de los precedentes. Seguidamente, comienza la Telemaquía: Atenea, bajo la apariencia de Méntor o Mentes el tafio, antiguo huésped de Ulises, se presenta a Telémaco y le aconseja ir junto a Néstor, a Pilos, y junto a Menelao, a Esparta, en busca de noticias de su padre ausente. Mientras tanto, los pretendientes de Penélope, la esposa del héroe a la que se supone viuda, aprovechando la ausencia del esposo, se entregan en el palacio de éste a los placeres del festín mientras Femio, el aedo canta el “Regreso de los aqueos”. Al día siguiente, Telémaco, en una asamblea del pueblo de Ítaca, denuncia esos desafueros que tienen lugar en su propia casa, indefensa al faltar su antiguo dueño, pero no obtiene el barco que solicita para ir en busca de su padre. Y entonces, al igual que hiciera Aquiles en La Ilíada, se dirige a la orilla del mar y suplica a Atenea que acuda en su ayuda. Se le aparece la diosa encubierta bajo la figura de Méntor y la suerte empieza a cambiar para Telémaco, que emprende los preparativos del proyectado viaje. Y así, llega a Pilos, al palacio de Néstor, donde el viejo rey, que en ese momento se encuentra haciendo sacrificios en honor de Poseidón, los acoge hospitalariamente. De Pilos se dirige a Esparta, donde encuentra a Menelao disponiéndose a celebrar dos bodas, la de su hijo y la de su hija. Telémaco escucha los elogios de su padre que le hacen la pareja del Atrida y su esposa, y aquél le refiere lo que ha oído personalmente de boca de Proteo respecto de Ulises. En Esparta permanecerá un mes entero el joven visitante y, desde allí, el relato regresa bruscamente a Ítaca, donde los perversos pretendientes, percatados de la partida de Telémaco, traman tenderle una emboscada a su regreso para perderle. Medón refiere a Penélope estos siniestros planes que provocan en ella angustiosa inquietud, pero Atenea, siempre dispuesta a ayudar y a favorecer a Odiseo y los suyos, le envía en sueños el fantasma de Iftime, hermana de la propia heroína que la tranquiliza. Comienza a continuación la segunda parte de la epopeya, que comprende los cantos V, VI, VII y parte del VIII. Hermes, por fin, transmite a Calipso la orden que le ha dado Zeus de dejar en libertad a Ulises. Éste, a pesar de los peligros que sabe le esperan y aun siendo consciente de la superioridad de Calipso (una ninfa, por lo tanto una diosa) respecto a Penélope (una simple mortal), se reafirma en su condición humana y resuelve partir. Construye una balsa sobre la que se deja arrastrar por las aguas de Océano durante diecisiete días. Poseidón, rencoroso, desencadena una tempestad contra la que lucha brava y tenazmente, que al final ve recompensado su esfuerzo con su arribo a un apacible y precioso escenario compuesto por un hermoso campo, un caudaloso y fertilizador río, una ciudad rica con su ágora y con su palacio de puertas de oro y plata provisto de un huerto fantástico en el que crecen altos y frondosos árboles cargados de perenne fruto y constantemente acariciados por el soplo del blando Céfiro. En el palacio de esta utópica Isla de los Bienaventurados  (h twn akarwn nhsoj) (“Makáron nésos”), Esqueria, moran un rey que es un padre para sus súbditos (el rey Alcínoo) y su digna esposa Arete a la que las gentes miran como a una diosa. Ambos tienen una hija graciosa y joven, Nausícaa que, rodeada de sus sirvientas, contempló antes que sus padres al extranjero náufrago que, agotado de cansancio y vencido por el sueño, había ido a parar a un bosquecillo próximo a la costa de Esqueria y a la ribera del río al cual la gentil princesa y sus camareras habían acudido a lavar ropa y pasar alegremente el día. Ella le muestra el camino al palacio real, donde los monarcas lo reciben acogedoramente. Alcínoo promete en dos ocasiones a su sufrido huésped repatriarle al día siguiente, pero al siguiente día Ulises participa en unos juegos que en su honor celebran los feacios, y la subsiguiente noche la emplea en narrarles sus aventuras. De modo que, entre la llegada de Ulises como suplicante y la noche en que obsequia a sus anfitriones con los relatos de sus andanzas, transcurre un lapso que tratan de colmar la asamblea, la descripción de los mencionados juegos y las intervenciones del aedo Demódoco, quien canta las hazañas heroicas y tras la celebración de los juegos ejecuta la canción de los “Amores de Ares y Afrodita”. Finalmente, en el banquete que se celebra la noche que siguió a los juegos, Ulises no puede ocultar la emoción que en él suscita el contenido del canto de tema heroico (nada menos que la historia del “Caballo de Troya”) que, acompañándose de la lira, entona el ya nombre aedo, y esta su conmoción despierta curiosidad bienintencionada y afectuosa de Alcínoo. Así, incitado por ella a dar a conocer sus pasadas penalidades y sufrimientos, comienza Odiseo a narrar sus aventuras: relata los episodios de los cicones y los lotófagos, expuestos sucintamente y en compendio, y, a continuación, el de los cíclopes, que principa con las mismas trazas de concisión y síntesis, pero de inmediato se ensancha con pormenores y, en un instante, pasa de la sequedad del epítome a la jugosidad de una hermosa narración, brillante por la riqueza y esmerada elaboración de sus elementos descriptivos y dramáticos. Luego, cuenta Ulises la permanencia suya y de sus compañeros en la isla flotante de Eolo, durante un mes entero y el regalo que el dios le hizo de un odre en que estaban encerrados los vientos que podrían soplar durante su regreso a casa y, de esta forma, dificultar su viaje y retardar con ello su llegada. Pero a los nueve días de navegación, cuando ya se avista tierra de Ítaca, los compañeros de Ulises abren el odre mientras el héroe duerme, y la nave, empujada fuertemente por los vientos liberados, regresa más allá de la isla fantástica de la que partieran. A este episodio sigue el de los lestrigones, mera variante del de los cíclopes, que, funcionalmente al menos, sólo enriquece la narración presentándonos la destrucción de las naves todas de la flota de Ulises, salvo la capitana, la suya, aplastadas por las rocas que lanzaban aquellos  gigantescos seres desde los acantilados. Con sólo su nave llega luego a la isla de Eea donde se topa con Circe y experimenta sus mágicos poderes. Al final de este episodio, la maga le comunica que deber ir al mundo de los muertos a consultar al otrora famosos adivino Tiresias, sin apoyar en razón alguna este mandato que, por su parte, Ulises acepta sin rechistar aunque con el corazón hecho pedazos y los ojos anegados en lágrimas. A continuación viene el canto titulado nekyia o evocación de los muertos, que contiene la narración del viaje de Ulises al mundo de los fallecidos, en el cual se encuentra con Tiresias, con su propia madre y con viejos compañeros de armas, en escenas llenas de emoción y patetismo, entre las cuales no falta alguna que otra interpolación, como el catálogo de heroínas comprendido entre los versos 255 y 329 del canto XI. Luego cuenta el Laértida su regreso en compañía de sus compañeros a la morada de Circe, las predicciones y advertencias que le hizo la divina maga, que vienen a ser una especie de programa en que ese esboza el argumento de los episodios que van a seguir, y, por fin, la partida: seguidamente, su experiencia de las sirenas y de su nocivo y engañoso canto (esa vieja leyenda marinera), su arriscado paso entre Escila y Caribdis, la llegada a la isla de Trinacria y el sacrilegio que cometen en ella sus compañeros al sacrificar los rebaños del Sol, la tempestad que en castigo por tamaño desafuero levantó el enojado Zeus, la muerte de sus compañeros y sus propios padecimientos; juguete de las olas, fue arrojado, tras nueve días de duras pruebas y penosas adversidades, a las costas de la isla Ogigia, donde fue durante siete años huésped de Calipso, la tremenda diosa provista de voz humana. A partir del canto XIII, La Odisea toma un sesgo nuevo: se acaban los viajes del protagonista, que abandona el país del rey Alcínoo y en navegación nocturna y mágica llega a Ítaca, en cuyas costas los marineros feacios le dejan dormido y a su lado depositan sus tesoros. Cuando despierta, nuestro héroe se entrevista (como cabría de esperar) con Atenea que se le acerca bajo apariencia de pastor, y él mismo oculta también su identidad mediante un falso relato sobre su persona encaminado a hacerle pasar inadvertido, astutamente, a los ojos del fingido pastor, y de tanto disimulo por un lado y otro resulta una de las escenas más graciosas y logradas del poema. A continuación, el porquerizo Eumeo le acoge hospitalariamente sin reconocerlo, pues Ulises no se le presenta como tal, sino que se hace pasar por un cretense. El siguiente canto traslada al lector a Esparta y de allí, siguiendo a Telémaco, lo reconduce a Ítaca. A su paso por Pilos, el hijo de Ulises ampara el adivino fugitivo Teoclímeno y se lo lleva consigo a Ítaca. Mientras tanto, para dar tiempo a la arribada de Telémaco al puerto de Ítaca, Eumeo en su choza narra a Ulises cómo de niño fue raptado por piratas fenicios y vendido a la esposa de Laertes. Por fin, desembarca Telémaco en Ítaca y se encamina al chamizo de Eumeo, donde éste le presenta a su huésped el supuesto cretense, el cual, poco después, aprovechando la ausencia del porquero, hace que su hijo le reconozca. Seguidamente, padre e hijo conciertan un plan de acción contra los pretendientes. Así las cosas, llega el día de la venganza. Ulises, disfrazado de mendigo, se dirige a la ciudad en compañía de Eumeo, recibe golpes del insolente cabrero Melanteo, y entra finamente en el que fuera su propio palacio, donde es víctima de malos tratos por partes de los pretendientes, es insultado por la insolente criada Melanto (variante femenina de Melanteo), pero donde también, es una escena de muy delicados y tiernos matices, le reconoce su viejo perro Argo que muere acto seguido a sus pies. Allí mismo el héroe Odiseo, sin revelar su identidad, vence en combate de lucha libre al mendigo Iro y contempla luego a su esposa Penélope, después de tan larga ausencia, sin poder hacer visible su natural emoción. A continuación, Ulises, Telémaco y Atenea trasladan las armas desde la gran sala en que habitualmente se reúnen los pretendientes a una habitación interior; y a este episodio siguen dos escenas de elevado tono emocional: la entrevista de Ulises con Penélope y el mutuo reconocimiento de Ulises y su vieja nodriza Euriclea. Después se relata una serie de episodios diversos, como la llegada del boyero Filetio, tan fiel a su antiguo amo como Eumeo (pues ambos son trasuntos de un único arquetipo: el amigo leal del héroe, al igual que Calipso y Circe lo son de la diosa o hada que retiene al héroe en sus brazos), la predicción que hace Teoclímeno de la muerte próxima de los pretendientes, la prueba del arco, que prenuncia el sangriento suceso que se avecina, y de la que sale airoso el fingido mendigo, el reconocimiento por Eumeo y Filetio, la revelación que él mismo hace su identidad, el comienzo y los lances del combate y de la matanza de los pretendientes, el horror de Euriclea al contemplar a su amo cubierto de sangre, el castigo de las criadas infieles, la purificación del palacio y el reconocimiento de los esposos.




La Odisea es una historia de aventuras que no arranca de cantos heroicos, sino de vetustos cuentos o narraciones folclóricas. Relata las aventuras de mar de uno de los héroes del sitio de Troya, el astuto Odiseo, al volver a Ítaca. Esto cantos de regreso, denominados nostoi, están divididos en dos grupos, los que narran los peligros y los que narran las tentaciones con los que tiene que vérselas Odiseo.

Peligros:
- Aventura de los cíclopes (representan la ignorancia y el salvajismo)
- Aventura de los lestrigones (representan la barbarie y el atraso cultural)
- El paso por los peñascos de Escila y Caribdis

Tentaciones:
- Tierra de los lotófagos (ofrecían el olvido y la despreocupación)
- Isla de la ninfa Calipso (ofrecía la belleza y la inmortalidad)
- Isla de la hechicera Circe (ofrecía el ocio y la vida fácil)
- Reino de Alcínoo (su hija Nausícaa ofrecía su belleza y juventud)
- Encuentro con las sirenas (ofrecían la sabiduría)
- Las vacas del Sol (represtan la abstinencia)

Puede afirmarse con seguridad que la acción de La Odisea parte de tres núcleos míticos: la adolescencia de Telémaco, hijo de Odiseo; los viajes de Odiseo en busca de la patria perdida y su regreso y venganza en tierras de Ítaca. Y estos tres núcleos giran en torno a un nudo central que los une en uno solo: la conciencia mito del regreso y de la necesidad de la venganza.

Se presenta la astucia, la habilidad, el ingenio de Odiseo, lo que permite salir avante de los problemas y obstáculos con los cuales se enfrentan, así como la manera de deshacerse de los pretendientes que acosan a su esposa Penélope. No obstante lo señalado, conviene advertir que, en esta obra, se desarrollan dos temas fundamentales: la conciencia mito del regreso y la necesidad de la venganza, los cuales se entrecruzan y se enriquecen con otros motivos diversos, aunque, a veces, sobresalen por su carácter temático central, lo cual le infunde a La Odisea su extraordinaria unidad y coherencia.



Todos los personajes de Homero, incluso aquéllos a los que concede poca atención (porqueros, soldados rasos, sirvientas, despreciables pretendientes) son tipos reales que convencen. En cada uno de los episodios abunda una infinita variedad de conductas humanas. El propio Homero nunca interviene, casi nunca expresa un juicio. Todo lo que tiene que decir lo manifiesta con las palabras y las acciones de sus personajes.

- Odiseo: hijo de Anticlea y Laertes, rey de Ítaca, quien lo sucedió en el trono, padre de Telémaco con Penélope, sagaz y astuto.
- Telémaco: hijo de Odiseo y Penélope, joven, dudoso de su destino; Atenea lo aconseja y protege.
- Penélope: hija de Icario, prima de Helena; asediada por diversos pretendientes, se muestra suspicaz y, a veces, pesimista; es la máxima representación de la fidelidad conyugal.
- Circe: diosa que habita en la isla Eea; algunos le confieren el atributo de maga por sus filtros y medicamentos provocativos de males; mudó en cerdos a los compañeros de Ulises; no fue capaz de hacerlo caer bajo el hechizo de sus encantos.
- Ninfa Calipso: hija de Atlas, habita en la isla de Ogigia; prometió a Odiseo la inmortalidad y eterna juventud, lo ayuda a construir una nave para que regrese a su patria.
- Nausícaa: hija de Alcínoo y Arete, descubre a Odiseo cuando, junto con otras muchachas, jugaba a la pelota cerca del río donde acababa de lavar ropa.
Alcínoo: rey de los feacios, recibió a Odiseo, le ofreció hospitalidad y lo envío a Ítaca en una de sus barcas.
- Cíclope Polifemo: hijo de Poseidón, monstruoso, con un solo ojo en el centro de la frente, de fuerza descomunal; Odiseo lo ciega y se libra de sus ataques; encarnación de la barbarie y la ignorancia (antropófago).
- Eumeo: porquerizo fiel a Odiseo quien, junto con Telémaco, ayuda a planear la muerte de los pretendientes.
- Pretendientes: pertenecen a la nobleza, pero a una nobleza disoluta y decadente, devoradores de riquezas, en este caso de las de Odiseo; sobresale entre ellos, por su maldad, Antínoo.



La acción de La Odisea se divide entre diversos lugares geográficos que en ella parecen: la isla de Ítaca, el Peloponeso, la isla de la ninfa Calipso, Esqueria, y, por reminiscencia, los lugares en que Odiseo experimentó sus aventuras precedentes. Esto lo convierte en un poema estructuralmente más sofisticado que La Ilíada. Se evidencian en ellas los distintos momentos claves del poema: la asamblea de los dioses que decide liberar a Odiseo, la crisis que se produce en Ítaca, el retorno de Telémaco y su encuentro con su padre, Odiseo disfrazado en el palacio, plan y realización de la venganza y el reconocimiento (anagnórisis) por parte de Penélope. Todas estas acciones se concentran en un lapso de sólo 40 días. El paisaje homérico está inundado de la más clara luz solar. Ésta es la característica dominante en toda la poesía homérica, por terrible y triste que sea lo que se relate. Esto no proviene tan sólo de lo magnífico de la descripción, de la animada vida de los símiles, sino del genio del aedo, quien se propuso transportar a sus oyentes a un aire libre, bello y puro. La minuciosidad descriptiva es, pues, el rasgo distintivo de la poesía homérica. Ejemplo de ello es la imagen que se pinta de la isla de las cabras monteses, situada delante del país de los cíclopes. Los exuberantes jardines de Alcínoo proceden de un poema anterior, en el cual pertenecían Arete y estaban situados fuera de la ciudad donde no había espacio para un jardín tan extenso. Pero quizás la mejor descripción que hace Homero es la del puerto de Forcis en Ítaca con la gruta de estalactitas, descripción insertada en el lugar más oportuno, como que constituye un buen punto de reposo en el mismo momento crítico de la historia, el regreso de Odiseo a su patria.


Esta epopeya en relación con La Ilíada es posterior y, por ende, no se podría considerar como modelo de la forma de vida de la aristocracia griega antigua. Asimismo se aparta del carácter épico y tiende a ser una novela (cantos de regreso a la patria o “nostoi”). Las epopeyas, como los poemas épicos, generalmente, describen grandes momentos históricos y fijan su atención en la conducta heroica de los personajes que actúan en ella. Por esta razón, los poemas homéricos contienen muchos de los valores de esta sociedad griega de la Edad de Bronce y dan evidencia de una profunda comprensión de las dimensiones cósmica y trágica del dilema humano. Los héroes del mundo homérico se rigieron, como ya se ha mencionado, por el concepto de “areté”, ideal de excelencia que comprende excelencias físicas, intelectuales y espirituales, a las que siempre debían apegarse, si esperaban tener y conservar el honor y la gloria de sus antepasados. Debían cultivar y desplegar valor, fuerza, destreza guerrera, capacidad, elocuencia y cierta sabiduría, entre otras. El héroe Odiseo demuestra estas cualidades como personaje de La Ilíada y como protagonista de La Odisea, pues debe poner de manifiesto además de otros atributos, de acuerdo con los distintos escollos que ha de enfrentar. Como la obra se desarrolla en tiempos de paz, cualidades como la paciencia, prudencia, sagacidad, inteligencia, ingenio, son las que le van a permitir el éxito en su difícil empresa. Odiseo se perfila, en esta epopeya, como el héroe de la inteligencia y la experiencia. Es por esta razón que su carácter no es estático, sino que evoluciona a lo largo del poema, y se nota cómo aprende de sus errores y domina sus impulsos (“hybris”). Sólo un héroe que ha logrado conquistar la serenidad espiritual, la hesicástica medida, la “sofrosyne” (el grado máximo de la sensatez), con esa combinación de cualidades, es capaz de sobrevivir a todo lo que el destino le ha de deparar, fasto o nefasto. El “areté” se encuentra, por lo tanto, ilustrado de una forma diferente a como se presente en La Ilíada. En La Odisea, se narra en pocas ocasiones la conducta de los héroes en lucha. Se muestra al héroe que regresa a su patria después de la contienda bélica, sus viajes, aventuras y su vida familiar y doméstica, con su familia y amigos. Se nota claramente que sus descripciones no pertenecen a la tradición de los viejos cantos heroicos, sino que descansa en la observación directa y realista de las cosas contemporáneas. La nobleza de La Odisea es una clase cerrada, con fuerte conciencia de sus privilegios, de su  dominio y de sus finas costumbres y modos de vivir. Las figuras tienen un formato más humano, todas tienen algo de amable, generalizado al pueblo y a los mendigos. El “areté” está máximamente representado por medio del afán de Odiseo por cumplir con su deber (regresar a Ítaca).  En este poema, el aspecto educativo o “paideia” se ve presente desde el comienzo, cuando Telémaco presta atención a las advertencias de la diosas, encubierta en la figura de Mentor. En los siguientes cantos la diosa Atenea aparece presente en la figura de otro amigo de Odiseo que acompaña a Telémaco en sus viajes a Pilos y Esparta. Así se ve la presencia de la costumbre en la que los jóvenes de la nobleza iban acompañados en sus viajes de un ayo o mayordomo. Al plasmar estos ideales, Homero, sin proponérselo, se convirtió en el educador de Grecia Antigua. A través de su obra, fomentó dos aspectos complementarios: uno técnico y otro ético. En lo técnico, el niño era entrenado en el uso de las armas, en deportes, en juegos caballerescos, el arte completo de la música (tocar un instrumentos, cantar y danzar), oratoria, etiqueta, sabiduría natural; pero es en lo ético donde descansa la real importancia educativa de Homero y sus poemas: la verdadera enseñanza la aprendían los niños dentro del mismo clima moral en el que actuaron sus héroes, cuyo soporte estribaba en el concepto de estética, es decir, todo lo bello es bueno porque es bello (ética a través de la estética). Esta conceptualización de ética es la que sobrevive a tiempos posteriores y se constituye en el basamento ideológico de la cultura helena en general.