jueves, 10 de septiembre de 2015

Narrativa terrorífica o gótica

Lo que concierne a la literatura gótica no es un género que naciese súbitamente en el siglo XVIII o que resurgiese en una época determinada, sino un mismo género, el de lo sobrenatural que, en el siglo XVIII, puso de moda unos elementos de ambientación muy concretos, los cuales simplemente sustituyen a otros, y que, en el futuro habrían de ser a su vez sustituidos por las nuevas tendencias que impone la evolución de la historia de la humanidad, pero que, básicamente, la cripta de El monje y la cabina de la nave Nostromus cumplen exactamente el mismo cometido, así como Frankenstein y Madre o Nexus 6. 

El miedo, los miedos clásicos, primigenios, no son un invento gótico –como algunos sostienen–. En el presente, las formas de huida o evasión se han ampliado gracias a los mayores conocimientos que se poseen y pueden emplearse con naturalidad sin pecar de irracionales: los personajes pueden nacer y vivir en una nave espacial, no hay problema, pero si se quiere una desintoxicación de tanta moda de visión futurista, es posible hacerlos convivir con los cruzados, con los antiguos egipcios e incluso con los neandertales. Hoy día, hay cientos de novelas con esos temas, consecuencia de la popularización de los estudios universitarios y la accesibilidad a todo tipo de documentación. Y esos temas, por tanto, se basan en las mismas causas no premeditadas por las que la Edad Media se puso de moda en el siglo XVIII: los descubrimientos de las ruinas de Herculano y Pompeya y de las ruinas medievales dieron lugar a obsesivos estudios sobre el pasado que marcaron el arte y el pensamiento de toda una época. 

La ciencia, la técnica y el apogeo del conocimiento sobre el pasado de la humanidad están marcando la nuestra, que, literariamente (y cinematográficamente) se traduce de manera simultánea y paradójica en el auge (no en el nacimiento, que se produjo hace mucho) de la ciencia ficción y de la novela histórica. Por lo tanto, desde la lejana perspectiva que nos permite la visión del conjunto de la historia, vemos que la llamada narrativa gótica clásica del siglo XVIII no hace sino introducir una pequeñas variaciones en el más viejo tema de la humanidad: lo sobrenatural, y, por lo tanto, ni nace en el siglo XVIII (¿o es que se puede concebir una escena más gótica que Caronte sumido en las tinieblas de la laguna Estigia, con el rumor de los muertos como fondo, y transportando en su barca las almas de los nuevos difuntos?) ni muere, simplemente, como la energía o los dinosaurios, se transforma. Teniendo en cuenta estos principios, al aludir a una novela como gótica se refiere a aquella –cualquiera que sea la época en que haya sido escrita– que propone un viaje al interior de la mente humana utilizando y, a la vez desnudando, sus miedos primigenios. No hay elementos sobrenaturales en Rebeca; sin embargo, el terror a lo desconocido, al pasado, a la soledad, a la ausencia de amor son constantes hasta el fin de la obra. 

Los teóricos de la literatura han empleado mucho tiempo en delimitaciones temporales y subcategorizaciones de la novela gótica —a saber: 

1) Negro, puro, alto, histórico o domesticado, representado por Walpole y Sophia Lee, diferenciado por la falta de explicación a los fenómenos sobrenaturales.
2) Gótico explicado o ilusorio, cuya máxima exponente es Ann Radcliffe, donde todo encuentra una explicación racional.
3) Gótico satánico, representado por Mathew Gregory Lewis, donde lo explicado y lo inexplicado se mezclan y los hechos se presentan de forma ruda, sin una previa aclimatación al terror, continuado por Maturin 
4) Realismo negro
5) Gótico filosófico o didáctico
6) Gótico marginal o paródico; y puede que más... —, limitándose a menudo al siglo XVIII y principios del XIX, con lo cual únicamente Walpole, Radcliffe, Maturin y Lewis destacan en la lista. Para otros, la acepción es mucho más amplia e incluye a la práctica totalidad de los grandes autores de la literatura occidental. 

La narrativa terrorífica o gótica exige una concentración máxima para lograr la esencia emocional y vivencial del autor (aunque transmutada hasta lo irreconocible); junto con ello, los elementos simbólicos que aparecen en el texto gótico son comunes al inconsciente de todos; la narrativa gótica se caracteriza por su capacidad para captar la atención e inducir a la más profunda concentración al lector, por penetrar en su cerebro y mostrarle sus propios fantasmas y deseos. 

En su estructura se pueden reconocer los sótanos y criptas del deseo reprimido, los desvanes y campanarios de la neurosis, lo mismo que aceptamos la invitación de Maturin a leer el palacio encantado del poema como la alegoría de la mente de un loco. 

Los elementos sobrenaturales y de fantasía son tan inherentes al género humano que sus primeras obras literarias (por no hablar de sus creencias) son estrictamente fantásticas. Lo que le da unidad al relato gótico son esos ambientes desconocidos: desde las islas de La Odisea, los castillos de Los misterios de Udolfo, el centro de la tierra o el viaje a la luna de Jules Verne, hasta el mundo futuro de Un mundo feliz. Lugares y épocas pasadas o inexistentes que no puedan recordarnos nuestro presente (ambientación en la Edad Media durante el siglo XVIII; a finales del siglo XX en planetas desconocidos, naves espaciales, épocas futuras, pero también en épocas pasadas, no se olvide el auge actual de la novela histórica, el cual no es más que otra forma de viaje de la imaginación que responde a los mismos intereses señalados). Cuantos más viajes, ya sean geográficos o incluso temporales (al pasado o al futuro: La máquina del tiempo) se realicen mejor. Viajar es igual a huir: de los problemas, de los disgustos... 

Los personajes tienden a convertirse en seres fascinantes: del sin par Ulises al ciber-héroe de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? pasando por El Cid Campeador, Heathcliff o el marido misterioso y el ama de llaves de Rebeca. En la novela gótica, los personajes son siempre inteligentes, con enigmáticos misterios, conscientes de su culpa (El monje), atractivos (Cumbres borrascosas).

El peligro es elemento axial o unitivo de la narración terrorífica, y mucho mejor si viene de la mano de seres aparentemente irreductibles, siguiendo la tradición clásica griega. 

Por último, está el personaje femenino en apuros, es decir, la hermosa muchacha que es salvada por un héroe o por el amor que éste trae consigo y con un papel secundario; esto se da en el gótico puro, a pesar del pleno proceso de emancipación femenina, y que los más importantes representantes de este género sean mujeres. 

Alemana
Johan Christoph Friedrich von Schiller (1759 - 1805): The Ghostseer, or the Armenian.
Johan Wolfgang Goethe (1749 - 1832): La novia de Corinto.

España
Vicente Martínez Colomer (1762 - 1820): El Valdemoro.

Estados Unidos
Charles Brockden Brown (1771 - 1810): Wieland or the Transformation; Arthur Mervyn; Edgar Huntly. 

Francia
DonatienAlphonse-François de Sade, “Marqués de Sade” (1740  1814): Justine o los infortunios de la virtud.
François-Guillaume Ducray-Duminil (1761 - 1819) : Víctor o el muchacho del bosque ; Coelina o muchacho del misterio.
François-Marie Arouet, “Voltaire” (1694 - 1778): Cándido o el optimismo; Zadig o el destino; Micromegas; Vampiros.
Francois-Thomas-Marie de Baculard d’Arnaud (1718 - 1805): Pruebas de sensatez; Relatos hitóricos.
Jacques Cazotte (1719  1792): El diablo enamorado.
Stéphanie-Félicité Ducrest de Saint-Aubin, “Condesa de Genlis”, “Marquesa de Silléry” (1746  1830): Adela; Teodora.

Inglaterra
Anna Lætitia Aikin Barbauld (1743 - 1825): Sir Bertram.
Anne Bannerman (1765 - 1829): Tales of Superstition and Chivalry.
Anne Ward Radcliffe (1764  1823): La novela del bosque; Gastón de Blondeville; Los misterios de Udolfo; El italiano o el confesionario de los penitentes negros.
Clara Reeve (1729 - 1807): The Old English Baron.
Daniel Defoe (1661  1731): Cuentos de crímenes y fantasmas; La aparición de Mr. Veal.
Elizabeth Carter (1717 - 1806): On the Death of a Friend; Elegy on the Death of Miss Sutton; Epitaph on a Young Lady; Ode to Melancholy; Thoughts at Midnight.
Göttfried August Bürger (1747 - 1794): Leonore.
Horace Walpole (1717  1797): El castillo de Otranto.
James Beattie (1735 - 1803): Elegy; Epitaph; The Minstrel.
James Hogg (1770 - 1835): Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado.
Jane Austen (1775  1817): La abadía de Northanger.
Maria Edgeworth (1767 - 1849): Castle Rackrent.
Mark Akenside (1721 - 1770): The Pleasures of Imagination.
Matthew Gregory Lewis (1775  1818): Ambrosio o el monje; El espectro del castillo; Historia de terror; Alonzo el Bravo y la bella Imogen; La anaconda.
Robert Blair (1699 - 1746): The Grave.
Robert Burns (1759 – 1796): Tam O’Shanter; Halloween.
Samuel Richardson (1689  1761): Clarisa Harlowe o la historia de una joven dama.
Sophia Lee (1750 - 1824): The Recess, or a Tale of Other Times.
William Beckford (1760 - 1844): Vatheck.
William Godwin (1756 - 1836): Caleb Williams.

Polonia
Jan Potocki (1761 - 1815): Manuscrito encontrado en Zaragoza.